No me levanté de la silla casi por pereza. Apenas había alzado los ojos una, dos veces para cerrarlos fuerte, bien fuerte y que no dolieran.
Un día, uno como otro, me llamó el silencio, me tomó de la mano. Dimos un paseo, siquiera hablamos.
Ahora estoy otra vez en a la silla pero el tablero está otra vez dispuesto. Peones, caballos, alfiles, reina.
¿Ha pasado suficiente tiempo? Miro tímido al otro lado de la mesa. Sí, hay un rostro, mi contrincante, tal vez no mi enemigo. Quién me amenaza sigo siendo yo mismo.
No ha pasado lo suficiente. Mirad abajo, todavía quedan trozos del otro tablero. Todo esquirlas diminutas que no se ven, pero se clavan a cada movimiento. Todavía quedan piezas por el suelo. Y no sé si soy yo o ése yo que es mi enemigo quién ha de barrer todo ésto.
Mirad abajo, no puedo jugar otra partida, no puedo.
Levanto una mano. Conozco ésto. Un peón, un café. Un caballo, el teatro. Mi rey queda expuesto en la puerta de un cine, amenazo la dama en un concierto. Conozco el juego.
Sé cómo acaba. Con miles de piezas desparramadas, yo, en la silla, la mirada fija. No quiero verlo.
La última vez que jugué fui una pérdida de tiempo. Solo aprendí que yo siempre pierdo.
Pero estoy moviendo. Delante ya hay un rostro, una figura, unas manos.
Yo no quiero seguir. Sé cómo acaba. Yo siempre pierdo. Y nunca olvido y menos perdono cuando se trata de mí o de ese otro yo que es mi enemigo.
Aquí un alfil dentro de un disco. Esta torre transporta un gesto.
Amenazo al rey, expongo la dama. No quiero jugar. Pero juego.
Mi enemigo me dice que mire al suelo. Sangran mis pies por el otro tablero. Me quiero levantar, pero no puedo.
Ahí delante, una voz, unos ojos, una sonrisa.
Negro, blanco. Blanco, negro. Enroque esta tarde, mañana, jaque.
No sé de qué manera se desarrollará todo. Aquí moví ya antes. Aquí no me atreví. Aquí podría. Mucho, mucho cuidado con el borde, dónde pongo las piezas, dónde puedo apoyarme y dónde no debo.
Perdí, perdí yo sólo. Tiré las piezas, rompí el tablero. Pero esta vez... Tal vez... Si voy con cuidado, con cuidado extemo, si voy sin miedo... Tal vez pierda de nuevo... Pero... Yo que sé... Ya veremos.
No hay placer que sea malo en sí mismo. Lo que es malo son las desagradables consecuencias que puedan resultar si no se usa la cabeza cuando se decide qué placeres perseguir y cuáles evitar.
Epicuro 341-270 a.c.
Lo que pudo existir brilla un instante, Luego deja sus sombras marcadas para siempre, Fue tiempo de soñar, y sin embargo Estaban ya las cartas repartidas. (Luís García Montero. Habitaciones Separadas)
Tú no eres como los demás niñ@s -decía mi madre- Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio. (J. Winterson)
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