Viejas banderas no rasgadas,
otras sonrisas en otros cuerpos,
miradas ausentes en los labios.
Ojos baldíos reinventando
aquella manera de volver a los olivos
y acurrucarse frente a la nada.
Dedos sapientes que indican
con su voz ignífuga chapoteos pasados.
Este manto adrede camina junto al hielo:
Oscuros trastes de música indefinida.
Niñez repartida en estancias huecas,
clamor de pies, un triste rayo
conviviendo con el aire que no agita.
Atardecer brutal de septiembre oscuro, herrumbroso:
Suenan tambores y tabardos allá en las cercanías,
ondean buitres sus ojos desgarrados por el miedo
y rebota la sangre contra nubes infames.
Los acantilados susurran con lava en los dientes
los cánticos precoces de niños perdidos
que se balancean impávidos ante autovías deshechas
y roban sin quererlo fusiles extradimensionales.
Con latidos y martillazos se va derruyendo
el profano ser de los angostos espectros
que azulean caminos hacia el sur difuso
o lluvias rabiosas donde el nombre es oro.
¿Qué fue de aquel naufragio?
¿Dónde se hundieron las banderas?
¿Cuánto ardieron los mástiles?
¿Quién prendió las primeras antorchas?
¿Cuándo cayeron entre llamas las velas?
¿Cómo murió en capitán?
¿Llora alguien en la orilla?
¿En qué playa, en qué arrecife
se amontona la madera hichada,
testigo y artífice de la catástrofe?
¿Es óxido ya el candado
que otrora guardó con celo su tesoro?
En la punta de los ojos
las palabras se amontonan.
No conocí otra cosa más que silencio,
nunca jugué sin trampas.
Hoy suenan otras ventanas,
retruena cerca el mar aquí,
el rastro de un crepúsculo,
piedra todavía, trae de ida
un cesto repleto de leche
y un millón de puñales insomnes.
Llaman a la puerta dioses ajenos
siempre un minuto más tarde.
Una pequeña estela dorada,
un avión que no vuelve,
las mismas cartas que nadie escribe,
las certezas devorando a sus hijos,
las lámparas lanzándose al vacío.
Una era, una hora, un suspiro,
la imagen brillando sin ausencias,
un trazo, un trozo, un vidrio
que deshoja almas inconscientes
y todo lo vano de la espera.
Sobre un lecho blanco,
el camino que se rompe liberando
fantasmas inseguros de otras repeticiones
y pasos torcidos ya sin andenes.
Calma inútil, entonces.
Se reescriben los dedos entre espumas
buscando aquellos profundos mástiles:
Verde, acero, nada.
El tapete está roto, no hay
siquiera una hormiga a recordar
y sin embargo las manos
siguen sin ser más que lápidas.
Vidas impávidas, incólumes, ingratas,
arrancadas ya mayores de espinos y suburbios,
fluctúan añorantes, ignorantes, de terremotos incandescentes
y paseos famélicos a dimensiones obstruidas.
Tableros resquebrajados donde se desparraman
las ínfimas posibilidades de un mar agnóstico:
habría que retrazar los bastardos que vinieron
a derramar su clamor de siglos nefandos.
Puertas a puertas desde un país preciso,
casi lloviznando en penúltima instancia,
siempre adrede desde un siglo ausente
que combina banal esporas y naufragios.
Tiempos perdidos en otras calzadas,
una hilera en que un día saltaban
hogueras de cartón sobre espamos de centeno
y carreras amarillas sobre los desembarcos posibles.
Subiendo el cabo del retorno en telescopio,
lagrimea otro edén reconfortándose en vacíos
o acarrea impoluto los hangares irracionales del ahora:
un informe destartalado que sabría a error y sandeces.
Ya no queda sangre en el camino, solo esputo y hiel
que demacran con guirnaldas la sombra de un delfín.
Acumuladas en una pira las venganzas y las vergüenzas,
hay un canto ortogonal que ya simplemente espera.
Queda un núcleo a este lado de la puerta
vomitando cenefas fluorescentes dos esquinas más lejos,
pero nada brilla hoy, es la noche prometida
y se le están desgranando recodos a los placeres.
Hubo una cascada en un mar lejano
que danzaba vibrando sobre escarchas perdidas,
pero hoy semeja una estatua ajena, informe,
de terrible mano que abarcase lo que no tenía.
Sueña entonces el siglo con sus tamaños,
arrullando indeciso a un lagar indolente
en que casa y camino serían sinónimos
y los bucles de antaño solo otros mares.
Presto el techo al azar infame
la curva línea del tiempo hiere con ojos informes.
Turno para la gloria evanescente
que zozobra en la penumbra del oasis,
como un la sostenido que revirtiese caduco
el caos insano de toda la geometría.
Hubo napalm helado, cuadros
que avecinaban un retorno al llano
corretear de los lápices entre tumbas
y cúmulos indecisos desde todos los frentes.
Caminar bajo prebostes glaucos
mientras los arcianos rodaban sus pies de plomo
en ese mar caduco que es el fuego que no llega.
Solo queda el hedor,
¿qué si no iba a quedar?
la podredumbre del alma
reclamando su sitio en este mundo.
El negro mar en que jugaron
vampiros y espías es ahora
sudario silencioso de días eternos.
El horror de la catástrofe
no es este anochecer continuo siendo derrota,
este saberse fiasco,
este casi romper espejos a golpes.
Es vivir acumulando nimiedades,
vacío tras vacío, a cal y canto la puerta,
saber que allá a lo cerca
fue otra el alma partida,
el despertar tan súbito,
la respuesta no encontrada,
el día derruido, irremisible.
Vendrá, más temprano que tarde
a buscarme de nuevo la tristeza,
abierta de par en par el alma,
la mano otra vez cerrada.
Vendrá reclamando esta casa como suya,
presto el llanto en el ojo, el amargor en la sonrisa,
la tormenta en el cielo, la mente
en otras cosas.
Vendrá y me hallará listo,
su alcoba preparada,
su cama ya bien hecha,
llegará sin haber avisado,
como ella siempre llega,
Volverá sin preguntas,
y me encontraré con respuestas.
Si llega a marcharse un día,
todo se repetirá de nuevo,
el día que retorne la tristeza..
Ahora que comprendo
y recuerdo aquel naufragio,
aquel payaso
que jugaba en ese hogar ajeno,
creyendo la eternidad un solo día.
Ahora que persigo
que pase el tiempo, solo que pase,
que se lleve esta arena y este polvo,
estas ruinas, estos cristales,
que un día el espejo me refleje
y las sombras ya hayan sido.
Ahora que no permito
un paso adelante, un suspiro de más,
una mano de menos, ahora
que casi ni me inhibo.
Ahora que la espera ya no es sueño
ni recurro a otras esferas,
ahora que no hay blancos que me lleven
ni dudas sin resolver más allá de todas,
el camino de retorno al camino pretrazado parece tan simple
que los pasos se vuelven a perder en ese círuculo
que es la desesperanza por sistema.
Día de fiesta en la ciudad de los árboles santuario,
corre la espuma como días circunnavegando maldiciones
y el resquemor de los azúreos continúa su desfile infame
desacompasando esferas con lluvias a destiempo.
Rimando estupideces, los allegados comentan
con un rostro maquetado a toda prisa
las postreras sombras que acuden a la rabia
con acordeones sísmicos de mundos no plausibles.
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Para evitar fiascos, la página tiene una especie de "ránking de fiabilidad".
Aquí podéis encontrar información en castellano acerca de la entidad, dado que la página está en inglés.
Gracias por su atención, en breve retomamos las emisiones acostumbradas, entretanto, unos minutos musicales.
na imagen de tiempos remotos
cobra vida un nanosegundo
durante la hora trágica que precede
siempre a la catástrofe:
En el centro, macabro, un palo,
enervado y cejijunto, baila
compases sencillos en silenciosa armonía,
desmitificando errores comunes
y puras apariencias.
Hoy el cristal, más duro que nunca
giró con fiebre en el otro sentido
e implotó como siempre, lejos,
con hiel de otros lacrimales en las manos.
Y amanecer o algo parecido
como un pasado sin nostalgias
a la promesa infantil del regreso
o la inútil vacuidad del presente
no retornable a las ciudades alegres
o las vastas alamedas de una quincena.
Horrores sencillos que se instalan
en asfaltos quemados tres minutos antes
y devuelven el universo a lo que era,
mil millones de puntos en una lámina ansiosa
que redistribuye ufana vidrios sin plata
y colmillos a flor de piel,
como un fin de trayecto gris
que adolece de retoños y sonrisas,
de infinitos y de perfectos.
Aquí una puerta, un dedo, un segundo,
el tiempo perdido llamando sin retorno
las noches soñadas danzando sin permiso.
Lo falaz de los instantes revolviéndose,
lo más terrible del más terrible de los silencios,
la falta perdonable huyendo
a pálidas estrellas fugaces sin estela y sin nombre.
Rostro en otra parte, ajeno
a muros y puentes, a palabras y pesares:
Ni soñadores, ni caballeros errantes,
nada más una figura triste y encorvada,
presa entre algodones, que soñaba pesadillas,
que no quiere despertar.
Podría ser ceniza un milímetro,
o añoranza de ni se sabe.
Una puerta, una sonrisa, ese momento.
Creyó reírse el sol en su solsticio,
los dados cargados, presto el capote,
pero todo se perdió al final.
Al fin menos que nada,
ni polvo, ni espejo, ni estrella.
Solo vanos y cristales,
solo ese vaho de último suspiro
que no llega.
Sin palabras postreras,
sin caminos allende,
sin poder mirar más allá del silencio,
sin saber construir más que ruinas
en eterno retorno,
desdibujando montañas
deconstruyendo universos
a este lado de la puerta.
Con las viejas costuras de antiguos dibujos,
el algodón desparramado, sucio de sangre,
de tiempo y todo aquello.
Siquiera un naufragio al que aferrarse,
un mísero torpedo,
un ayer, un accidente.
La única sonrisa del unicornio
y las caras recordando que hubo un amanecer en que todo fue posible.
Coleccionando otredades
dessiendo.
Una mano al cielo,
un pie difuso.
Antaño hubo una roca,
o un pozo,
hoy si acaso
una pátina,
un exhalo
una última gota que contiene
tristes tintas,
unas nubes,
algun algo,
pero poco.
No hay placer que sea malo en sí mismo. Lo que es malo son las desagradables consecuencias que puedan resultar si no se usa la cabeza cuando se decide qué placeres perseguir y cuáles evitar.
Epicuro 341-270 a.c.
Lo que pudo existir brilla un instante, Luego deja sus sombras marcadas para siempre, Fue tiempo de soñar, y sin embargo Estaban ya las cartas repartidas. (Luís García Montero. Habitaciones Separadas)
Tú no eres como los demás niñ@s -decía mi madre- Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio. (J. Winterson)