martes, 13 de octubre de 2009

Conclusiones

El silencio.
El único ronroneo
de una fuente
casi perceptible.
Los ojos cerrados,
el respirar tan quieto.
El ocasional helicóptero,
la motosierra
del bancal de al lado.

Caminar
lento
muy
lento.
El aire,
las aves,
el tañir,
antiguo,
lejano,
de una
campana,
allá
lejos.
Los domingueros con su tecno,
el cumpleaños tres casas más allá.

Atento
al respirar
a la nada
al pensamiento,
mejor,
al no pensar,
a ser uno con el todo,
y ser uno con uno
y a esa mosca
que es la única del mundo.

Callar,
disfrutar
de este momento.
La ciudad queda
allá,
allá lejos.
Aquí,
la soledad,
la paz,
los turistas,
los senderistas,
los cicloturistas,
los montañeros,
el motocross
y ese 4x4 tan nuevo.

Dejar la naturaleza
seguir su curso.
Ese caracol lento que no piso.
Esa mosca cansina que no mato.
Esa avispa amenazante que no espanto.
Esa ramita que corto.
Y esa otra,
y esa otra.
Esa florecita que arranco,
y otra para,
y otra para,
y otra para...

El mutismo,
ese mutismo tan buscado,
con el mundo,
con los otros,
sólo el uno consigo mismo.
Pero un pequeño gesto,
un pequeño guiño,
un pequeño juego,
un pequeño susurro,
una pequeña charla,
una pequeña carcajada.

Y volver a sentarse
en el suave silencio
mientras el hambre sigue matando
a unos cuarenta niños por minuto,
más más que menos.

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