jueves, 1 de octubre de 2009

La potente fragua... ( III)

A veces llego a pensar que no escribo tan mal del todo.

Ser y tener

Ser apolítico no tiene nada que ver con ser apartidista. Ser apartidista es tremendamente sencillo, tanto como no creer en los sindicatos, basta con echar un ojo a la televisión y ver como hoy día la batalla de los partidos no es una guerra de las ideas y las propuestas, si no del insulto personal y la imagen adecuada en el momento preciso. Ser militante en éstos días significa pasar la mitad de tu tiempo justificando la actitud de los dirigentes de la formación, cuando no sus actividades. Realmente, ser militante, militante activo y entregado, requiere una cualidad especial que parece que se está perdiendo. Una pena, porque proporciona una serie de emociones y pasiones difícilisimas de explicar.

Ser apolítico es otra cosa. Técnicamente es imposible. Todo el mundo tiene una idea de como debería ser la sanidad, o que parte del presupuesto es verdaderamente necesaria para defensa, o simplemente si el color que la comunidad ha elegido para la fachada es adecuado. La política no es más que una sistematización de las relaciones humanas, para que la sociedad esté más o menos organizada. Un tal Aristóteles, relativamente famoso pese a no salir en la tele, dijo aquello de que el ser humano es un animal político... La primera frase que aprendíamos a traducir del griego... ( No me lo creo del todo, leo en los diarios que se pretende acabar con un puñado de filologías y con la carrera de humanidades, no me lo creo del todo, porque un gobierno de talante medianamente progresista ha de apostar claramente por aumentar, y no por disminuir, la oferta educativa).

Entonces, si nuestra cualidad como seres humanos nos impide ser estructuralmente apolíticos... ¿Qué es ser apolítico? ¿A qué se refiere una persona cuando se declara a sí misma apolítica?

Básicamente, apoyándome en mis observaciones personales, es una persona a quien le da igual la realidad que vaya más allá de lo inmediato, que no le importa si el dinero que paga Hacienda va para comprar armas o para construir hospitales, que considera que las instituciones son una empresa de servicios exclusiva para él, que despotrica contra lo que hace el gobierno pero que no ha votado por pura desidia, que obvia que el sistema democrático se supone que elige a representantes que se deben, que se deberían deber, a sus electores, y que los gobiernos hacen lo que hacen porque gente como él, casi como él, pues se han atrevido a dar su opinión pese a ser muchas veces conscientes de que no va a servir de mucho, les ha otorgado las facultades para hacerlo...
Un apolítico es, a fin de cuentas, el que se queja porque un funcionario lleva dos horas almorzando, y cuando se le plantea la posiblilidad real de poner una reclamación formal, una de esas que llega al estamento al que tiene que llegar, prefiere no hacerlo por no meterse en problemas.

Hoy se la juega Holanda... Si me gustase el fúbol, diría que la expectación y las ilusiones que puede provocar un referéndum son bastante parecidas a las que puede provocar un partido más o menos importante.

Aunque no tiene comparación. El resultado definitivo de un partido de fútbol afecta realmente, de forma material, a los miembros del equipo y el resultado de un referéndum, caso de éste que va sobre Europa, únicamente a unos cuantos cientos de millones de personas, dónde va a parar.

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