miércoles, 14 de octubre de 2009

Chocolate

Hay huecos que me llaman, vacíos atroces
que claman con ansia fiera los restos del naufragio
como si todavía el terremoto no bastase.

Galopar de hipopótamos desenfrenados
que bramitan regurgitando trenes


Lágrimas todavía en los portales y en los cielos.
Quema aún lo que no arde y quiero arrojarlo al fuego
para no rememorar más que aquello prístino,
espada ahora, cimiento quizá un día
de otros clavos en que crucificar olvidos
u odios acumulados en barcos lánguidos y viejos
en que los juguetes rotos reclamando sus espacios
golpean con fiereza los límites del miedo,
ese asesino de posibles que campa a sus anchas
por esos páramos desalmados en que me exilio
a lomos de aquél león blanco que portaba consigo
un mar de letras repetidas que un día fueron
reinas informes de una magia irrepetible.

Y, aunque batalle cada día, metro a metro, pliegue a pliegue,
avanzo y retrocedo casi por el capricho de un azar
en que los dados siquiera están marcados
y he de imaginarme, o confirmarme, único verdugo
de este trayecto indefendible hacia otras nadas
donde los galeotes declaman a corazón en grito el nombre
de cada eslabón de sus renglones malditos
y arrojan al cielo la lluvia de futuros irremisibles
en que quise haber creído sin afirmación alguna.

Quiero creer que ya no juego con serpientes, pero
¿sueño con ellas?


No hay comentarios:

Publicar un comentario