De regreso de ninguna parte,
tras esa carretera que guiaba otros caminos,
ruge el cielo reclamando su presente
como una marejadilla vacía y mañanera.
Articulando los espejos, desdibujándose,
un ahínco incongruente consigo mismo
racanea hábilmente los viejos monasterios
que gestaban alienígenas en sus manos
y largas caravanas de roturas en los ojos.
Enfrente un verde difuso
como aquel recurso infumable
en que los naufragios se fraguaban
y lo acaecido era otro verbo inútil
que traía como espumas helénicas
dolores inermes de antiguas súplicas.
Dos mudanzas después, se encontró con un cartel en la mano y los brazos abiertos en una ciudad que no conocía. No recordaba ni cuanto tiempo había pasado. Sabía que meses nada más. ¿O era casi un año? De todos modos, daba igual, siempre era demasiado y aquellas vanas esperanzas del principio hacía tiempo que se habían disipado. Intentó poner toda la distancia posible por enmedio, pero nunca era suficiente. Intentó dejar pasar el tiempo, pero no bastaba. La herida estaba ahí.
Incluso intentó empezar de nuevo, darse esa oportunidad, pero imposible. Todo era un parche, un maldito parche.
Aquello no estaba bien, lo sabía. Tenía que dejar de volver una y otra vez a todo aquello, a lo bueno y a lo malo, a lo que pasó y a lo que pudo haber pasado. Tenía que mirar hacia delante... Romper con todo... Otra vez... Como si sirviese de algo...
Y allí estaba, enmedio de un montón de gente, con una sonrisa tan amplia como forzada, repartiendo abrazos a pefectos desconocidos... Pero eran falsos, y lo sabía. Era él quién necesitaba recibirlos. Quería creer que disimulaba bastante bien, que podía contagiar parte de una alegría y un entusiasmo de los que carecía. Lo había buscado por Internet, y había ido precisamente allá, lejos, para no encontrarse con nadie.
Para que nadie supiese que mentía.
Se separó de una mujer que se llevaba una sonrisa y volvió a alzar su cartel. Se detuvo. Allí delante estaba ella. Parada, petrificada, cómo lo estaba él. Tal vez esperase pasar por su lado sin ser vista, tal vez esperase el momento para acercarse. Tal vez muchas cosas... Se habían visto. Ella estaba tan bella cómo siempre. Él no, para variar.
Podía disimular, claro, podía mirar hacia otro lado, buscar otros brazos, otra gente. Pero tendría que apartar los ojos de ella. Ella podría... Ella lo miraba. ¿Qué pensaba?¿Qué quería? Ella podría haber seguido, agachar la cabeza, irse, darse la vuelta. ¿Qué hacía allí, tan lejos de su casa?¿Qué estaba pasando?
Él podía... Podría...
Pero solo se le ocurrió abrir los brazos, ofrecerse como si ella no fuese más que otra transeúnte curiosa por ese grupito de desgarbados y mal afeitados que se ofrecían a abrazar a todo el mundo. Ella caminó, lenta, hacia él. Iba abriendo los brazos también. Tímida, suave, con miedo. Seguía siendo tan todo... ¿Qué iba a pasar?¿Qué iba a quedar de todo aquello?
Ella cada vez más cerca. Su perfume, su aliento. Sus ojos, tan cerca. Su sonrisa. Sus labios. Tan cerca. Todo tan cerca. Y otra vez, entre sus brazos... Tan cerca. ¿Qué iba a pasar?¿Qué iba a quedar de todo aquello?
Se fundieron en un abrazo. Un único abrazo. Se estrujaron, se relajaron, se acariciaron suavemente la espalda, la nuca, reposaron con dulzura la cabeza sobre el hombro ajeno, buscaron refugio. Se hablaron sin hablarse, se contaron, se explicaron, se perdonaron. Se dijeron lo que no se habían dicho, se repitieron lo que ya sabían, volvieron al principio y otra vez al fin, pero esta vez la despedida fue otra. Más sincera. Más definitiva. Sin heridas.
Se separaron cuándo el cuerpo se lo dijo. Se miraron. Una sonrisa leve, un agradecimiento musitado y apenas oído. Ella, perdida otra vez en el tumulto, sin mirar atrás. Él, los brazos otra vez abiertos, buscando con los ojos a cualquier otro que se le acercase. Pero ahora necesitaba dar los abrazos, no recibirlos.
De repente, todo se viene abajo,
todo lo que uno había olvidado,
lo que recordaba.
Así, cómo por azar,
sin quererlo,
la realidad recuerda
que no fue un sueño.
Que estuvo ahí.
Qué pudo haber sido
y por qué no fue.
Y duele.
Duele cómo el primer día,
como el maldito primero momento
en que...
Y vuelve el frío,
y vuelve el miedo
y las lágrimas
y lo otro.
Y otra vez en el centro del fondo del pozo
siquiera a ese lado
en que había al menos algo de rabia
algo de odio,
un otro en el que repartir la culpa.
No.
Otra vez aquí enmedio,
sólo.
Temblando.
Llorando.
Gritando.
Y el tiempo que no cesa vuelve a mirar a los ojos
con sus pupilas color de arena.
Solo aire.
Solo nada.
Sombras a fuego atornilladas,
puentes rotos que se balancean como un pájaro animoso
en un clamor casi de plasma.
Aquí las rayas son de otro modo
y conviven exultantes con los rasgos
que quisieran irse y no se han ido.
Queda todavía tanto de todo
que los mares no se rigen por playas dispares,
si no por un único oceáno silente
donde se marchitan murmullando hadas perdidas.
Rota en mil millones de esquirlas
esta estrella se difumina
como un vaso roto antes de hora.
Pero a veces es al revés y es por dentro donde aguardan las estalacticas, mudas esperando rozar la sangre, o desaparecerse para siempre en un fundido en blanco.
No cabe el silencio entonces. Bajo la piel ya asoma algún resquicio: Es, sin embargo, la misma herida con otro nombre.
Mira esas nubes. No son la calma que precede a la tormenta. Es humo todavía de una batalla reciente.
Escucha este silencio, no es la noche quién lo reclama. Son tantos hoy los cadáveres que hasta los buitres ya hartos, dormitan.
Bajo tus pies no hay arena, son cenizas, y ese calor que sientes no es el sol, son llamas.
Y sí, lo sabes, debajo de tu máscara no hay todo aquello que te inventas. Ahí adentro no queda nada. Nunca lo hubo, y no esperes empezar ahora a ser lo que no eres. No esperes nada.
Un mundo extraño se desdibuja reflotando en el amarillo que emerge del fondo de este plato prácticamente vacío de sueños y palabras que conformarían sin permiso alguno un ayer irrelevado de sus pesares más inmediatos.
No podría mirar otra vez al horizonte sin arrancar de cuajo los vestigios de un fatuo camino bordeado de auroras espectrales que estiran sus férreas manos infantiles hacia un buitre desplumado cuyo único mérito es ser solo un hombre.
Cuantificando pérdidas en una serie ilógica de extremos se suceden paraísos imberbes que renuevan su ductilidad conforme avanzan hacia el más absoluto de los absolutos imbricados en esa guerra sin cuartel que es reventar el ocaso cada día para inventarse una mirada.
Amanece el horror desparramando torrencialmente quedo sus sutiles muros de olvido y de silencio como una gigantesca araña enfebrecida.
Allá, a lo lejos, alguien mira desde el fondo de todas sus distancias lo que podría ser una cotidianiedad exhuberante: ojos de vidrio, manos tendidas, susurros de muerte premeditada que repican una y otra vez su eternidad claveteada.
Pero también ve otras lejanías. Lejanías tan distantes que no ha de atravesar jamás ninguna palabra, lejanías espirales que centripetan incontritos actos espúreos y fagocitan esperanzas como un remolino de tiempo anclado en una continua inexistencia.
A veces, alguien despierta. Sin saber ni cómo ni por qué, un día, una mañana, un instante, tal vez una vida, alguien se sorprende tocando un timbre, marcando un teléfono, llamando a una puerta, silbando una canción infinita que aturde un segundo el devenir casi inefable de la pretendidamente eterna noche en que el amanecer sumerge.
Y, cuando alguien despierta, cuando alguien se despide del sueño aparentemente infinito y no hace más que buscar rendijas en el horizonte o abrir grietas mínimamente bidimensionales en este monótono monolito monocolor, las distancias desaparecen y revierten en palabras, las palabras en redes, las redes en plantas que cubren los muros de olvido y de silencio, los ajan, los agrietan, los pulverizan y entonces, y solo entonces, amanece.
Apareció. Ya está aquí. Antes o después, vendría. Tanto tiempo esperando, sabiendo que iba a llegar y ahora... Está aquí. Conmigo. Dentro de mí. Yo no tengo los brazos abiertos, yo no miro sus ojos yo no llamé a su puerta. Pero está aquí enfrente, está aquí dentro. carcomiéndome, pudriendo el poco alma que me queda. Ya no sé sin ser. Ya no sé sin serme.
Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…
1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.
2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.
3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.
4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.
5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.
6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.
7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.
8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.
9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.
10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.
Este manifiesto, elaborado de forma conjunta por varios autores, es de todos y de ninguno. Si quieres sumarte a él, difúndelo por Internet.
Treinta y cinco millones al año. Prácticamente, la población argentina. Escueta, escuálida, para algunos, resignada, para otros incognoscible. Nunca justa. A nosotros nos llega. Allí vive. Exiliada, arrojada, reubicada, sobre un trono de cráneos arroja diamantes hacia nuestras manos. A veces cogemos unas migajas, siempre manchadas de sangre. Pero la sangre no es como parece de aquellas manos que allá arriba aprientan los diamantes con codicia, si no de los que al otro el lado de los muros cava de sol a luna para ofrendar al gran dios de las luces de colores, la belleza más pura, la más necesaria de las riquezas para únicamente conseguir unos días más para sus hijos.
No hay placer que sea malo en sí mismo. Lo que es malo son las desagradables consecuencias que puedan resultar si no se usa la cabeza cuando se decide qué placeres perseguir y cuáles evitar.
Epicuro 341-270 a.c.
Lo que pudo existir brilla un instante, Luego deja sus sombras marcadas para siempre, Fue tiempo de soñar, y sin embargo Estaban ya las cartas repartidas. (Luís García Montero. Habitaciones Separadas)
Tú no eres como los demás niñ@s -decía mi madre- Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio. (J. Winterson)