viernes, 25 de septiembre de 2009

Los silencios tras el silencio


Los zapatos de tacón le molestaban, y cada vez que se sentaba tras la mesa de la oficina aprovechaba para quitárselos, desabrochárselos un poco, al menos. Descalza, le gustaba sentir el frescor del suelo en los pies, le recordaba a aquellos largos domingos de campo en el pueblo, cuando era niña y las vacaciones le resultaban eternas.

Entonces, se embelesaba mirando por la ventana, a aquel parque desierto frente al viejo colegio, y no tardaba en imaginarlo lleno de niños correteando, de madres que hablaban de sus tragedias cotidianas mientras mantenían la mirada fija, a la vez, en sus amigas y en sus hijos. Si ella hubiese nacido en aquella ciudad, tal vez hubiese sido una de esas niñas que jugaba a ser mamá con una muñeca vieja.

No había sido así. Había nacido en una pequeña ciudad de provincias, sus padres recién llegados, y allí se había criado, rodeada de otros niños y otras niñas que fueron creciendo y yéndose a ciudades más grandes.

Las tardes que acababa pronto el trabajo paseaba un rato por el parque, o leía el periódico en un café mientras jugueteaba distraída con el teléfono. No lo sabía aún, pero tenía que recibir una llamada que, en breve, iba a cambiar su vida.

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