viernes, 18 de septiembre de 2009

Dónde habite el olvido


Ahora, de nuevo, aquí, en silencio, en ésta paz de plástico, me miro.
Hay horrores que se han esfumado tan rápidamente que es su ausencia la que ahora asusta.
No me es difícil reconocerme aquí, buscar un rincón, echarme a morir,
dejar que el tiempo, ese impensable, vaya posándose, mirar florecer la luna,
mentirme diciendo que podría haber sido, engañarme pensando que no podía ser.
Éste es mi hogar, yo había partido a la guerra. Ahora he vuelto, sigue intacta la chimenea,
y aunque sean mis brazos ahora los que no pueden cargar los troncos, recuerdo
cómo se prende la llama.
Aquí habitaba, quedan todavía viejas muescas bajo mi lecho,
viejas lonas con que arropar el cielo
y muchas, muchas preguntas guardadas en una caja.
Me siento, las vuelco, las mezclo.
Ahora no distingo las antiguas de las nuevas.
Todavía tengo clavadas en el vientre algunas respuestas, ya oreadas, sumergidas,
tan presentes.
Aquí habito, desde aquí puedo ver mi casa, saludar a los vecinos ausentes, taponarme
los oídos para no oír su música.
Bailar desnudo sobre un montón de rocas, dónde ya nada importa.
Este es mi hogar, no el fragor de la batalla. Vigilar el sueño mientras el guerrero descansa.
Todavía en mi cerebro el chocar de los escudos, el rugir de los cañones, el llanto de las almas.
El llanto de mi alma. El dolor. La rabia.
Aquí no caben, ésta es mi casa. Ni siquiera entre las promesas rotas.
Llegué tarde a detenerlas, perdí la batalla, perdí la guerra, perdí el reino, perdí lo que quedaba,
perdí lo que tenía, si es que tuve algo.
Tuve que volver a casa. Tuve que huir a casa. Tuve que estar en casa.
Todavía llaman a la puerta. Todavía.
Todavía están ahí fuera con sus cantos de sirena,
Mover un dedo, pulsar una tecla, abrir una puerta.
Todavía están ahí fuera.
Todavía recuerdo.
Pero son los recuerdos los que apuntalan mi casa,
los que fortifican mi casa, los que sellan mi casa.
Son la llave y la ventana. Puedo asomarme, puedo mirar
un poquito
apenas.
Pero ya estoy en casa.
Faltan cuadros sobre la repisa,
faltan platos en la alacena,
y hay calcetines, muchos calcetines sin pareja.
Pero hay silencio y hay ausencia
y sé que en algún cajón, escondido, guardé
un tarro de un viejo olvido
para todas aquellas noches cómo ésta.

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