domingo, 27 de septiembre de 2009

Fuego, camina conmigo


Lo perfecto era todo aquello que no era, claro estaba, y cuando caminaba por aquellas calles vacías no le costaba imaginarse a si mismo, o más bien recordarse, dando bandazos de un lado a otro con una botella prácticamente vacía cómo única compañía en aquella plaza que esa mañana había encontrado, sin saberlo, llena. No sabía cuándo se había dormido, siquiera con quién estaba. Se echó la mano al bolsillo. El DNI, las tarjetas, el carnet de conducir. Incluso algo de dinero. Necesitaba un café. O dos, mejor.
Pero esa plaza, esa mañana, estaba llena de tenderetes donde se vendían artículos viejos y quiso dar una vuelta para ver todos esos regalos que ya no haría. Pensó en paquetes anónimos, en teléfonos prestados, en tantas cosas. Le dolía la cabeza, y no era resaca.

La mano de su bolsillo tocó algo distinto. ¿Un comprobante del cajero? No, el no solía sacarlos. Lo miró. Era un número de teléfono.

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