miércoles, 11 de noviembre de 2009

20


Naves ardiendo justito al lado,
terrores adolescentes, o no tanto,
que llaman por teléfono a líneas inexistentes.
No somos más que pedazos de otros siglos
y navegamos contra corriente en fangos reptilianos.

Bajo cubos de basura casi azules
los caminos se bifurcan a millones
cómo una lluvia de rupturas casi milésima
que vuelve a azotar con mano de espuma los naufragios.

Y un millón de laureles avanzan ahora
raudos cómo una pandemia de fracasos
en cada dirección no elegida
en que el cartero nunca dejará una carta.

Desde la cima, cómo un terrón de sueños,
se regocija una ausencia destrozada
por el choque imperceptible de un asteroide alcoholizado
o un tren fulgurante sin aire en las entrañas.

No recoger la rabia en dulces bandejas
ni llorar los minutos entre amarillos desbocados,
he aquí el problema.
Hay mañanas en el mundo que giran sobre su vientre
y entran en barrena hacia el imposible sin mirarlo
para deshacerse en gotas un segundo después de tocar el suelo.

De aquí, al infinito, tal vez
una milésima más lejos, para verse irremediable
en un error que arranca las sienes a tiras
y el hielo a latigazos.

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