miércoles, 12 de mayo de 2010

Vale

Retazos de otras vidas posibles se asoman
a esta explosión tan repentina
con las mismas respuestas de siempre
entre autovías tan paralelas
que se confunden entre sí los cadáveres.

Llamadas a la puerta del invierno
que entrecruza desde el abismo sus asuetos,
y blasfema con certezas de ciervo agonizante.

Una mañana entre laúdanos sin bosque,
con el apremiante sin sentido
de golpes abisales y giros esperados,
con la terrible sed del rastro indetectable
o el infinito arraigo de otras galaxias,
las máscaras llueven como un catarro azul marino
y desentierran cretinos lamparones irreductibles
que marcan el paso del oeste entre las piedras.

Fustiga el viento futuros pedazos
de esa hambrienta eternidad que prevalece,
de ese violeta que desde azules profundos
otea imberbe murciélagos y rincones.

Y ahora
que es demasiado pronto,
que las algas adormecidas
todavía se reparten las entrañas,
que se aleja entre cartas y espumas
el puñal incandescente del derribo
y las próximas palabras yacen ya congeladas entre mausoleos,
se reconstituye sobre sus cráneos
la vana temerosidad de los antaños,
y coleccionando silencios naranjas y miopes
se desgarran los andrajosos esputos
de un tañido a deshora y a destiempo.

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