viernes, 22 de enero de 2010

No es amor quién muere, somos nosotros mismos.

No hay, todavía, aire
o esputo suficiente
que sublime sin azufre este pulso,
este azote que renquea
por los rincones en que me oculto.

Una voz, tal vez lejana
puede susurrar evocaciones
que se levanten tan temprano
que arranquen de cuajo la mañana
y no lleguen al final las nubes,
cierto,
pero...
ni se pueden arrancar del tiempo las espinas
ni se pueden ensamblar las otras naves
que se quedaron a este lado de la puerta.
Hoy cómo ayer, una paloma y lluvia.
Pero aquí no existe la épica.

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