lunes, 7 de diciembre de 2009

Variaciones sobre variaciones sobre un tema de Hélde Cámera



Amanece el horror desparramando torrencialmente quedo sus sutiles muros de olvido y de silencio como una gigantesca araña enfebrecida.

Allá, a lo lejos,
alguien mira desde el fondo de todas sus distancias lo que podría ser una cotidianiedad exhuberante:
ojos de vidrio, manos tendidas, susurros de muerte premeditada que repican una y otra vez su eternidad claveteada.

Pero también ve otras lejanías.
Lejanías tan distantes que no ha de atravesar jamás ninguna palabra,
lejanías espirales que centripetan incontritos actos espúreos y fagocitan esperanzas como un remolino de tiempo anclado en una continua inexistencia.

A veces, alguien despierta.
Sin saber ni cómo ni por qué, un día, una mañana, un instante, tal vez una vida, alguien se sorprende tocando un timbre,
marcando un teléfono,
llamando a una puerta,
silbando una canción infinita que aturde un segundo
el devenir casi inefable de la pretendidamente eterna noche
en que el amanecer sumerge.

Y, cuando alguien despierta,
cuando alguien se despide del sueño aparentemente infinito
y no hace más que buscar rendijas en el horizonte
o abrir grietas mínimamente bidimensionales en este monótono monolito monocolor,
las distancias desaparecen y revierten en palabras,
las palabras en redes,
las redes en plantas que cubren los muros de olvido y de silencio,
los ajan,
los agrietan,
los pulverizan y entonces,
y solo entonces,
amanece.

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