miércoles, 2 de diciembre de 2009

24.000 muertes absurdas.

Treinta y cinco millones al año.
Prácticamente, la población argentina.
Escueta, escuálida,
para algunos, resignada,
para otros incognoscible.
Nunca justa.
A nosotros nos llega.
Allí vive.
Exiliada,
arrojada,
reubicada,
sobre un trono de cráneos
arroja diamantes hacia nuestras manos.
A veces cogemos unas migajas,
siempre manchadas de sangre.
Pero la sangre no es
como parece
de aquellas manos que allá arriba
aprientan los diamantes con codicia,
si no de los que al otro el lado de los muros
cava de sol a luna
para ofrendar al gran dios de las luces de colores,
la belleza más pura,
la más necesaria de las riquezas
para únicamente conseguir
unos días más para sus hijos.

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