lunes, 24 de agosto de 2009

SMS



De repente, vibra el teléfono. ¿Será ella? Voy conduciendo. No puedo cogerlo. ¿Qué querrá? Nervios. Siempre nervios. Pero estoy cerca. Sólo aparcar. Aquí mismo. El bolsillo, el teléfono, el mensaje: “Te espero en casa”. Vaya. La segunda vez que lo hace. Casi ni recordaba que tenía llaves. ¿Se habrá puesto el camisón aquel que le regalé, el negro? Recuerdo sus piernas. Estaba recostada en el sofá, con las piernas dobladas. Morenas, eternas. Al final, los pies perfectos. Nunca pensé que unos pies pudiesen ser perfectos. Pero ella los tiene. Cojo la mochila. Voy a casa. No corro, no sé por qué. Ella me espera. Su pelo, sus ojos, su boca. Me esperan. No sé por qué, no corro. Sus labios, sus pechos. Sus pechos en mis labios, sus labios en mi piel. Ya me siento arder entre las piernas.

Ella está en casa. Podría llamarla, podría decirle cómo quiero que me espere, dónde quiero que me espere.

Ayer lo hicimos en el baño, antes de la ducha. Por delante, ella sentada, por detrás, ella apoyada, su espalda ante mis ojos, su cuello ante mi boca.

¿Se habrá puesto su pijama? Blanco, casi transparente, una caricia y el pezón moreno se asoma, esperando mis dedos, mis cosquillas. Una caricia y el ombligo al aire. Moreno, frágil en el vientre liso, perfecto, un mar negro en que perder la saliva, en que perder la lengua. Mi lengua. Su lengua. Pequeña y suave, dulce y sabia, su lengua sabe recorrerme, sabe buscarme. Su lengua me conoce de arriba abajo, de abajo arriba. Cada pliegue, cada rincón. Le gusta jugar y juega.

También lo hicimos en el comedor. Teníamos juguetes nuevos. Tal vez ahora esté jugando con ellos. Las bolas chinas, el vibrador nuevo dentro de ella. De esa abertura tan pequeñita, tan rica, tan bonita. Esos otros labios que tanto ríen al ser besados, al ser adorados. Esos otros labios todo cosquillas que ríen y hacen reír, que sueñan y hacen soñar. Morenos por fuera, rosados por dentro. Preciosos
.
No sé por qué no corro. Ella me está esperando. Tal vez con su vestidito azul, el nuevo. Ese que realza cada curva, que esconde lo justo, que apenas empieza y acaba. Ese bajo el que es tan fácil dejar caer la mano y acariciar. Acariciar las piernas infinitas, los labios morenos, las nalgas suaves, firmes, redondas. Apartar, suavemente, las braguitas. Introducir los deditos, ver cómo se muerde los labios, cómo cierra los ojos, cómo se estremece, cómo su mano inquieta, dulce, se tiende hacia mí sin mirar. Besarla, besarla mucho mientras. Su mano encuentra, su mano juega. Mi boca, su boca, mis dedos, sus labios. Pronto, la ropa. Pronto.

No sé por qué no he corrido. Llego a casa. No hay luz. No está la llave echada. No está en el comedor. En el dormitorio, la tenue luz de unas velas. Olor a aceite de masajes. No espero. Me voy quitando la camisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario