domingo, 30 de agosto de 2009

Sí, pero...

La mascarada de la muerte roja se revela repentina,
susurrante,
en un quiebro de silencios y promesas inconclusas, páginas
en blanco en el centro de un libro aún no escrito compitiendo
en absurdeces y tapas sobre capas
de giros y palíndromos, en esclarecidas fugas hacia un lado.

Hay límites que se hicieron para ser salvados
de la agonía, de la libertad, del agua
que llega como un oasis,
como un espejismo,
como una caravana
de
nadas
que
se
siguen
una
a
la
otra,
paso
a
paso,
lluvia
a lluvia.

Mientras ahí fuera el montón de cadáveres empieza a apestar, y nadie sabe cómo lanzarlos al vacío.

Y tal vez bastase sólo un suspiro.
Un último aliento.
Un último tiempo.
Si hubiese un último tiempo.

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