miércoles, 24 de marzo de 2010

Cucacharas

En la punta de los ojos
las palabras se amontonan.
No conocí otra cosa más que silencio,
nunca jugué sin trampas.

Hoy suenan otras ventanas,
retruena cerca el mar aquí,
el rastro de un crepúsculo,
piedra todavía, trae de ida
un cesto repleto de leche
y un millón de puñales insomnes.

Llaman a la puerta dioses ajenos
siempre un minuto más tarde.
Una pequeña estela dorada,
un avión que no vuelve,
las mismas cartas que nadie escribe,
las certezas devorando a sus hijos,
las lámparas lanzándose al vacío.

Una era, una hora, un suspiro,
la imagen brillando sin ausencias,
un trazo, un trozo, un vidrio
que deshoja almas inconscientes
y todo lo vano de la espera.

Sobre un lecho blanco,
el camino que se rompe liberando
fantasmas inseguros de otras repeticiones
y pasos torcidos ya sin andenes.

Calma inútil, entonces.
Se reescriben los dedos entre espumas
buscando aquellos profundos mástiles:
Verde, acero, nada.

El tapete está roto, no hay
siquiera una hormiga a recordar
y sin embargo las manos
siguen sin ser más que lápidas.

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