Vacías las montañas de repente,
amarillas, azules, torrenciales,
se desbordan casi ausentes los velos,
urge el dolor a la mañana.
Hay un fuego y una pequeña escoba
que se afanan en recoger motas primordiales
o refundar un pasillo inundado de vileza
mano a mano con la frugal noticia
de un atardecer en otros soles
que arrastran hacia el núcleo desnudo
su más terrible miseria.
Nevar ambulante de lo profano,
se divide la piedra en llaga y cieno,
lado penetrante en ataúd discorde,
retruécano indivisible entre codo y codo,
retazo añil o luminoso de la inmisericordia
que transgrede con truenos de certeza
los ávido señoríos del dulce olor a tierra quemada
o a torrezno edulcorado por cuándos y dóndes.
¡Spam!
Hace 2 años
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